Pablo Díez 06 noviembre 2014
Enclaves, fronteras, provincias o países enteros en los que florecen el narcotráfico, el tráfico de personas y el más variado contrabando, pero que escapan, a veces, al radar de la actualidad.
Tayikistán: peligrosa frontera en un rincón desconocido
De Tayikistán se sabe poco, pero los señores de la droga afganos lo conocen perfectamente. La república centroasiática comparte una porosa frontera de 1.200 kilómetros con Afganistán, y por sus tierras discurre más del 80% de la heroína afgana que se exporta a Rusia y Europa. Dado que el narcotráfico genera ingresos anuales de unos 2.000 millones de dólares (unos 1.600 millones de euros), un volumen equivalente al 30% del PIB nacional, no es extraño que los empobrecidos tayikos accedan a trabajar para los narcotraficantes. Esto ha convertido a buena parte de la población fronteriza en un peón colectivo al servicio de los barones de la heroína, al tiempo que ha aumentado el consumo de la misma.
Consciente del peligro que supone este negocio rebosante para la sociedad local y para la estabilidad de Afganistán, Estados Unidos lleva años ofreciendo asistencia financiera a las autoridades tayikas. Pero los alrededor de 200 millones de dólares que Washington ha transferido a Tayikistán desde 2001, con objeto de entrenar a unidades policiales especializadas en la lucha contra la droga, no se han destinado a combatir contra los grandes narcotraficantes, sino a perseguir a los ciudadanos pobres a los que emplean.
Los fondos extranjeros que ha recibido el país para mejorar sus infraestructuras (procedentes no sólo de EE UU, sino también de otros grandes inversores como China o Irán) han servido sobre todo para facilitar el transporte de la heroína afgana. El negocio prospera, y tanto los señores de la droga como los grupos islamistas centroasiáticos se llenan los bolsillos.
Criminalidad multidisciplinar en Kosovo
La pregunta no es qué tipo de tráfico o contrabando pasa por Kosovo, sino cuál no lo hace. El país más joven de Europa es un epicentro del crimen organizado y del narcotráfico, pero también del tráfico de seres humanos e incluso del de órganos. Poco han podido hacer por detener el crimen la policía local, dependiente de Naciones Unidas, o la misión EULEX lanzada por la Unión Europea en 2008 para hacer frente a la alta criminalidad.
La cuestión del tráfico de órganos, que implicó además la desaparición y asesinato de miembros de la minoría étnica serbia, ha salpicado incluso al primer ministro Hashim Thaci. El mandatario es sospechoso de haber participado en esta sórdida trama en la que podrían haber sido asesinadas (y sus órganos vendidos a extranjeros ricos a la espera de un trasplante) hasta 300 personas. Las investigaciones avanzan lentamente, y EULEX quiere crear un tribunal especial en La Haya el año que viene para llevarlas a cabo, ya que hacerlo en Kosovo sería demasiado peligroso para los testigos.
Mientras se dirime este asunto, el pequeño territorio de Kosovo se consolida como uno de los puntos clave para el tránsito, almacenamiento y distribución de la heroína afgana que llega a Europa. No es el único país balcánico por el que discurre la mercancía, pero sí el único que ha experimentado un incremento constante del narcotráfico en los últimos años. Las incautaciones, al contrario que en los países vecinos, no han dejado de crecer. El problema es especialmente grave en la zona de Mitrovica, al norte el país, que no es sólo uno de los principales puntos de tránsito de narcóticos, sino también el lugar donde más mella social generan a su paso: el número de adictos en esa región ha crecido exponencialmente, siendo además estigmatizados y sin que haya clínicas adecuadas para ofrecerles tratamiento.
El triángulo de la cocaína en África: Oeste-Este-Sur
Gracias a la corrupción, la connivencia de las autoridades y la consecuente ausencia de controles, África Occidental se ha convertido en un punto clave para trasladar la cocaína sudamericana a Europa. La principal plataforma es Guinea-Bissau, país que ha sido descrito casi unánimamente como un narco-Estado en manos de una clase militar que se beneficia del narcotráfico, lo promueve y consiente. La cocaína que pasa por su territorio deja, además, una profunda muesca en la sociedad, ya que un gran número de jóvenes se han convertido en adictos, sobre todo al crack. En un país cuya media de edad es de apenas diecinueve años, este auge del consumo juvenil es especialmente pernicioso.
Guinea-Bissau es la cabeza del recorrido de la cocaína en África, pero su alcance va mucho más allá. Y no sólo en otros países de la costa occidental, sino también en la oriental. La droga se mueve ya hasta el este del continente, y Mozambique es el principal punto de recepción (no sólo de esta cocaína sudamericana, sino también de heroína, hachís y metacualona procedentes de Asia). El país lo tiene todo a su favor para ser un bastión del tránsito de estupefaccientes: fronteras largas y porosas, corrupción, pobreza y un inmenso litoral. Sin embargo, y al contrario que en Guinea-Bissau, las autoridades mozambiqueñas han tratado de colaborar con los esfuerzos internacionales para abordar el problema y parecen decididas a que el país no se convierta en un narco-Estado. Desafortunadamente, algunos análisis más pesimistas señalan que Mozambique no tiene recursos eficaces para hacer frente al narcotráfico, y que existe ya un cierto grado de connivencia por parte de las autoridades.
El periplo de la cocaína en África no acaba ahí. Lo que no se transporta a Europa fluye hacia Suráfrica, que no es sólo el principal consumidor de la región, sino también un intercambiador de drogas que se distribuyen por el sur del continente, además de un gran exportador de cannabis a Europa. El inmenso bucle de la cocaína se cierra así en el país más avanzado del continente, que ve cómo el auge del narcotráfico contribuye a su desmedida criminalidad.
Bangladés: núcleo del tráfico de seres humanos (o sus órganos)
Varias rutas internacionales del tráfico de personas se originan en Bangladés, desde donde las víctimas son enviadas a ocupaciones como la prostitución, el servicio doméstico en condiciones de semiesclavitud o el trabajo forzado. Gran parte de las personas con las que se trafica son menores. Y en ocasiones los que viajan no son los individuos, sino sus órganos.
La pobreza extrema del país es el principal factor que lo convierte en un baluarte global del tráfico de seres humanos; no en vano, en muchas ocasiones son los propios padres los que trafican con sus hijos. Pero su posición geográfica también cuenta, ya que tiene una frontera de 4.000 kilómetros con India, un titán demográfico en el que los servicios que prestan las personas traficadas son muy demandados. Bangladés tiene también inmensas relaciones migratorias con Oriente Medio, a donde envía a sus nacionales para puestos de bajo rango en la construcción o para el servicio doméstico. Además, también se ha especializado en la expulsión forzada de personas de la minoría rohingya, una etnia sin Estado procedente de Myanmar cuyos miembros, tras llegar a Bangladés para escapar de la persecución que sufren en su país, acaban siendo convertidos en mercancía distribuida por el Sureste Asiático.
El fenómeno es inmenso, quizás mayor que en ningún otro lugar del mundo, pero es difícil cuantificarlo. Naciones Unidas estima que se ha traficado con más de un millón de mujeres y niños de Bangladés en los últimos 30 años. Las autoridades están tratando de afrontar el problema del tráfico de seres humanos con nuevas leyes, lo que ha llevado a que se juzgue a un mayor número de responsables. Sin embargo, estas medidas tienen, de momento, menos peso que la complicidad de parte de las autoridades en el negocio: se ha denunciado repetidamente la connivencia entre diputados, agencias de contratación corruptas, las fuerzas de seguridad a ambos lados de la frontera con India y los brokers que facilitan el tráfico de personas.
Shan: granero del opio
Myanmar se ha consolidado como el segundo productor mundial de opio. El núcleo de esta industria se asienta en el estado de Shan, en esa región del Triángulo del Oro afamada como encrucijada internacional del narcotráfico. En Shan se produce más del 90% de la producción nacional de opio, que ha crecido sin freno desde 2006.
La pobreza de la zona ha convertido a buena parte de los aldeanos en productores o en pequeños traficantes. Además, Shan es uno de los escenarios de la guerra entre las fuerzas leales a Myanmar y los rebeldes de la etnia kachín, organizados como Ejército bajo las siglas de Kachin Independence Organization (KIO). Unos y otros se han nutrido del narcotráfico y se acusan mutuamente de ello. En este momento son los grupos pro-gubernamentales los que más se están lucrando, lo que ha contribuido decisivamente al continuo aumento de la producción. Mientras el intercambio de culpas se confirma como elemento propagandístico de la contienda, el negocio del narcotráfico se expande, condiciona por completo la precaria economía local y va convirtiendo en adictos a miles de lugareños.
A pesar de que las autoridades del país son directa o indirectamente responsables del auge del narcotráfico, también han lanzado iniciativas para mitigarlo. En Shan hay, cada vez, más arrestos relacionados con el narcotráfico y más incautaciones. A principios de octubre se interceptaron 200 kilogramos de heroína, y en julio se incautó un cargamento de opio valorado en más de 2 millones de dólares. A pesar de estas acciones, el narcotráfico seguirá floreciendo mientras no se arreste a quienes controlan el negocio, que en muchos casos son también los cabecillas de las milicias pro-gubernamentales.
Petróleo islamista entre Siria y Turquía
El contrabando de petróleo florece en varios países. Nigeria o Rusia son dos ejemplos prominentes, pero la actualidad obliga a fijarse en la situación en la frontera entre Turquía y Siria, donde se incautaron casi 20 millones de litros en los primeros ocho meses del año. Lo no incautado es difícil de calcular, pero constituye en todo caso una cantidad inmensa que sí ha pasado la frontera y ha servido no sólo para enriquecer a los contrabandistas locales, sino también a grupos como el Estado Islámico (EI), que controla explotaciones petroleras en la región.
Las autoridades turcas han introducido medidas adicionales de control y han conseguido que se mitigue este boom del contrabando petrolero. Sin embargo, el negocio continúa, los clientes de los traficantes locales son cada vez más poderosos y el lucro que ya han obtenido los terroristas les capacita para nuevas y más ambiciosas intentonas de contrabando (EI podría haber ganado hasta tres millones de dólares al día durante meses gracias al crudo). Además, algunos lugareños en bastiones del contrabando como la ciudad turca de Hacıpaşa se han convertido en magnates gracias al petróleo de EI con el que han traficado. Estos nuevos ricos se sentirán en deuda con tan buenos clientes, y sin duda buscarán alternativas para seguir ofreciendo sus servicios.
La Triple Frontera del contrabando: Paraguay, Brasil y Argentina
Todo confluye en la Triple Frontera que comparten Paraguay, Brasil y Argentina, y más concretamente entre la localidad paraguaya de Ciudad del Este y la brasileña de Foz do Iguaçu. Además de un vibrante comercio transfronterizo, la región ve pasar cada día un gran volumen de droga y se ha convertido en un cuartel general para narcotraficantes. Por la Triple Frontera discurre buena parte de la cocaína que se consume en Brasil y Argentina, y aún quedan excedentes para exportar a Europa. La región es además un punto estratégico para el contrabando de otros enseres, y en ella se blanquean anualmente entre 5.000 y 12.000 millones de dólares. Es también un punto álgido para el tráfico de mujeres destinadas a la prostitución. Todas estas actividades han impulsado la violencia y la tasa de homicidios, que en Foz do Iguaçu es una de las más altas de Brasil.
La Triple Frontera es un hervidero de actividades ilícitas, pero no sólo por su posición estratégica. Lo es también por la connivencia de las autoridades que se lucran gracias al delito. Una prueba es que los jueces de la parte paraguaya han dictado sentencias escandalosamente suaves o directamente han absuelto a narcotraficantes, contribuyendo así al clima de impunidad.
La prevalencia del delito en la Triple Frontera va todavía más allá. O al menos eso creyeron las autoridades estadounidenses durante la fiebre posterior al 11S, cuando se acusó a los mercaderes de origen árabe asentados en la región de dar cobijo a yihadistas. Sin embargo, las operaciones norteamericanas en la zona han servido de muy poco. No han aparecido terroristas, mientras que el crimen sigue un curso tan plácido como el del Paraná.
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