Spencer Platt/Getty Images, Estadounidenses seleccionando
comida en la distribución de comida
en Oswego, Nueva York
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03 de octubre de 2013
EE UU no puede mantener engrasada su economía sin una clase media fuerte.
Bill O’Reilly, el presentador y comentarista mejor pagado de la cadena de televisión conservadora Fox News, casi saltaba del asiento de la indignación. Hablaba sobre los presuntos pobres estadounidenses, insistiendo en que en realidad la mayoría tiene televisión, cable, nevera o teléfono móvil. Aproximadamente, en esa misma época al candidato republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney, le pillaron con una cámara oculta hablando ante un grupo de empresarios sobre el 47% de la población estadounidense más pobre, que no paga cierto tipo de impuestos, a la que describía como “takers”, gente que vive de subsidios y se aprovecha del sistema.
¿Son realmente pobres los estadounidenses sin recursos? La pregunta no es sólo retórica, sino que se sitúa en el centro del debate sobre la desigualdad creciente en Estados Unidos. “Podríamos admitir que los pobres estadounidenses son cada vez más felices; pero también es cierto que cada vez hay más”, explica Tyler Cowen, reputado economista y autor del libro Average is Over (Penguin, 2013) sobre la desaparición de la clase media estadounidense, la desigualdad y la falta de porosidad entre clases sociales.
Podría pensarse que una sociedad puede ser muy desigual, pero con una economía boyante al mismo tiempo. La Historia muestra que tiende a ser más bien al contrario. La desigualdad ha crecido rápidamente justo antes de las explosiones de las crisis económicas más fuertes en este país. En 1928, el 1% más rico obtenía el 24% de los ingresos totales en EE UU, frente al 15% de principios de la misma década. La cifra cayó por debajo del 15% durante el boom americano, en las décadas de los 50 y 60. Tras tocar su mínimo en los 70, volvió a crecer hasta por encima del 22% en los años previos a la caída de Lehman Brothers, todo según datos oficiales recopilados por Inequality.org.
Hoy el 1% de los más ricos posee casi el 20% del total de ingresos de los hogares del país, si se tienen en cuenta las declaraciones de la renta, según un estudio de Emmanuel Saez de la Universidad de California. Nunca ha habido tanta diferencia entre los más ricos y los más pobres. Y es más: el 95% de las ganancias del capital de los últimos años, en las postrimerías de la crisis, ha ido a parar a ese 1% más adinerado.
Mientras, las personas que viven en condiciones de extrema pobreza en Estados Unidos se cuentan por millones: 1,6 millones de hogares subsisten con menos de 2 dólares al día, lo que incluye más de 3,5 millones de niños, según un estudio de Kathryn Edin y Luke Shaefer (Universidades de Harvard y Michigan) citado por el diario Washington Post. Estos pobres viven gracias a la red de protección social creada por el Gobierno: cupones de comida (que reciben unos 40 millones de estadounidenses), subsidios para vivienda, bonos fiscales conocidos como Earned Income Tax Credit o el Child Tax Credit, etcétera. Si se incluyen estos ingresos en las cuentas familiares, el número de hogares que viven en la extrema pobreza se reduce a unos 600.000. Menor, pero aún difícil de digerir si se tiene en cuenta que Estados Unidos es el país con mayor producción de riqueza anual de todo el mundo.
Un caso emblemático es el de la ciudad de Nueva York. En la pequeña isla de Manhattan viven personajes multimillonarios (banqueros, consejeros delegados de empresas, actores famosos) en el Upper East Side, un barrio a unas decenas de bloques de distancia del Bronx sur, epítome de la miseria en la capital financiera del mundo. En 2011, un 46% de los neoyorquinos eran pobres o casi pobres. En esa categoría entran los ciudadanos que ganan menos del 150% del Límite Federal de la Pobreza (FPL en sus siglas en inglés), fijado en 23.000 dólares (17.000 euros) anuales para una familia de cuatro miembros. “Es cierto que los desfavorecidos tienen cosas que antes no tenían, pero no pueden permitirse cosas tan básicas como la educación, la vivienda o la sanidad. Por eso los pobres de California o Nueva York se están marchando a lugares como Texas, donde el coste de la vida es más barato”, explica Cowen.
Pero la desigualdad no aumenta tan sólo en Estados Unidos. Es un efecto global, en particular en China y en Europa, según Cowen. Una de las preguntas clave en estos momentos es si este aumento puede tener algo que ver con la crisis y si será pasajero. “La recesión actual no es la causa, sino la mensajera de un sistema insostenible”, asegura el autor. Y no se trata de izquierdas o de derechas, de modelo económico socialdemócrata o capitalista. El fondo del asunto estaría en el hecho de que vivimos en una época de reconversión por la automatización, la tecnologización y la especialización en los trabajos. Justo en medio de ese cambio irrumpió la crisis, lo que ha hecho que el ajuste, que en épocas de bonanza sería relativamente corto, vaya a durar varias décadas.
"La gente sin trabajo va a tardar tiempo en recolocarse porque la economía va lenta. En los 70, una crisis como esta habría durado menos, porque la economía iba más rápido y los trabajos eran menos especializados. Ahora la economía va mal y adquirir cualificación para un nuevo puesto es más complicado porque está más profesionalizado”, opina Cowen.
De la mano de la precariedad laboral llega la caída de la clase media. El “sueño americano” es una mezcla de modo de vida (casa en propiedad, coche, familia) y virtud social por la cual cualquiera que trabaje duro y tenga valía personal puede llegar a conseguir lo que se proponga. Es lo que se conoce como elasticidad o movilidad socioeconómica, medida como las posibilidades que tiene una persona nacida en un percentil determinado de la escala socioeconómica para terminar subiendo al menos un peldaño. Los países en los que hay menos pobreza coinciden con los que tienen mayor porosidad. De nueve de los más ricos de Occidente, Estados Unidos quedaba el último de la lista, por detrás de Dinamarca, Noruega, Finlandia, Canadá, Suecia, Alemania, Francia y Reino Unido, según Economic Mobility Project en 2006.
Si dividimos la sociedad estadounidense en cinco partes en función de los ingresos de la población, en los últimos 30 años el 20% que más gana ha doblado sus ingresos, mientras que estos sólo han aumentado un 35% para el segundo quintil, un 25% para el tercero y el cuarto y un 16% para el último. El promedio de lo que gana un consejero delegado de una empresa de las que cotizan en el SP500 es de 354 veces lo que gana de media uno de sus empleados, una cifra que ha subido desde las 281 veces de 2002 y las 42 en 1982, según datos recopilados por AFL-CIO. “No hay que preocuparse de la desigualdad, sino de crear una economía que genere empleos”, comentaba recientemente un empresario que prefería no ser identificado. “Los mejores deben ser recompensados mejor; intentar crear una sociedad igualitaria sabemos que está destinado al fracaso”.
Una de las teorías para explicar la falta de crecimiento actual, defendida entre otros por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, es que una clase media menguante no puede mantener engrasada la maquinaria económica estadounidense. Al verse constreñida, la gran masa de consumidores deja de comprar y la economía se seca. Un millonario puede comprar tres o cuatro casas y 10.000 millonarios pueden comprar 30.000 o 40.000 casas. Pero para que la economía de Estados Unidos se encuentre saneada, se han de vender del orden de un millón de casas nuevas anuales. Es necesaria una clase media amplia y, por tanto, reducir la desigualdad para que se reactive el consumo, que supone 2/3 de la economía del gigante americano. “Con la desigualdad en sus máximos desde la Gran Depresión”, escribía Stiglitz “una recuperación robusta es dificil a corto plazo y el “sueño americano” – una buena vida a cambio de trabajo duro- muere lentamente”.
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