Por Frederic Mousseaun
Como muchas comunidades en África, las de las Tierras Altas de Gamo, en Etiopía, están bien preparadas para las variaciones climáticas. La gran biodiversidad del área, la base de su sistema agrícola que les permite adaptar sus prácticas agrícolas con facilidad a las variaciones del clima.
La comunidad gamo también está acostumbrada a gestionar el ambiente y los recursos naturales de forma adecuada y sostenible, arraigada en sus costumbres y conocimientos tradicionales, lo que la vuelve resiliente a las inundaciones y a las sequías.
No se conocen estos casos exitosos porque quedan enterrados bajo la retórica del discurso favorable a un desarrollo basado en un cóctel destructivo de ignorancia, codicia y neocolonialismo.
Los sistemas agrícolas ancestrales suelen ser considerados como arcaicos por los gobiernos centrales, pero tienen mucho que enseñar al mundo, en especial frente a los desafíos planteados por el cambio climático y la inseguridad alimentaria.
A partir de los conocimientos indígenas, agricultores de todo el continente lograron acumular un montón de experiencias e innovaciones exitosas en materia agrícola. Estos esfuerzos se desarrollaron de forma consistente en las últimas décadas tras las sequías que impactaron a muchos países en los años 70 y 80.
En Kenia, el sistema de agricultura biointensiva se diseñó en los últimos 30 años para ayudar a los pequeños agricultores a cultivar la mayor cantidad de alimentos en las tierras más pobres y con un mínimo de agua.
Unos 200.000 agricultores keniatas, que alimentan a cerca de un millón de personas, adoptaron la agricultura biointensiva, que les permite utilizar hasta 90 por ciento menos de agua que con la alternativa convencional.
La agricultura biointensiva también les permite comprar entre 50 y 100 por ciento menos de fertilizantes, gracias a un conjunto de prácticas agroecológicas que suministran mayor materia orgánica al suelo, la casi continuidad de la cobertura de tierras cultivadas y una fertilidad adecuada para la buena salud de las plantas y las raíces.
La región del Sahel, en la frontera del desierto del Sahara, es conocida por sus duras condiciones ambientales y la amenaza de la desertificación. Lo que no se conoce tanto es el enorme éxito de las acciones adoptadas para frenar el avance de las tierras áridas, recuperar las tierras y el sustento de sus agricultores.
Lanzado en los años 80, el Proyecto de Desarrollo Rural Keita, en Níger, demoró unos 20 años en recuperar el equilibrio ecológico y mejorar de forma drástica la economía agraria en la zona.
En ese lapso, se plantaron unos 18 millones de árboles, la superficie bajo el bosque aumentó 300 por ciento, mientras la estepa con arbustos y las dunas disminuyeron 30 por ciento. Además, las tierras cultivables se expandieron en alrededor de 80 por ciento.
En toda la región, un gran número de proyectos utilizaron soluciones agroecológicas para restablecer las tierras degradadas y ahorrar los escasos recursos hídricos, al tiempo que aumentar la producción de alimentos y mejorar la resiliencia y el sustento de los agricultores.
En Tombuctú, en el norte de Malí, el Sistema de Intensificación del Arroz logró resultados sorprendentes, con una producción de nueve toneladas de este cereal por hectárea, más del doble de lo que permiten los métodos convencionales, al tiempo que se pudo ahorrar agua y otros insumos.
En Burkina Faso, las técnicas de conservación del agua y del suelo, incluida una versión modernizada de la tradicional forma de plantar con pozos zai, han sido muy exitosas para recuperar las tierras degradadas y mejorar la producción de alimentos y los ingresos.
Los países de África austral han estado lidiando con continuas sequías, que generan grandes pérdidas en los cultivos de maíz, el principal cereal en la región. Desde hace varios años, agricultores y gobiernos crearon una gran variedad de soluciones agroecológicas para evitar las crisis alimentarias e impulsar la resiliencia frente a los impactos climáticos.
El enfoque común ha sido el de abandonar el cultivo exclusivo de maíz, que es altamente vulnerable a las variaciones climáticas, además de muy costoso y demandante de la compra de insumos, como semillas híbridas y fertilizantes.
Las exitosas soluciones sostenibles y asequibles incluyen la gestión y la recolección de agua de lluvia, la ampliación de la agricultura de conservación y regenerativa, la promoción de la producción y el consumo demandioca y otros tubérculos, la diversificación de la producción y la integración de cultivos con árboles fertilizantesy plantas leguminosas que fijan el nitrógeno.
Los ejemplos anteriores proceden de una serie de 33 estudios de caso, divulgados por el Instituto Oakland, que ilustran el enorme éxito de la agricultura agroecológica en todo el continente africano frente al cambio climático, el hambre y la pobreza.
Uno de los aspectos que todos los casos tienen en común es que los agricultores, entre lo que hay muchas mujeres, están al frente de sus propios proyectos de desarrollo.
Otro elemento en común es que no se basan en insumos agrícolas externos, como las semillas comerciales, los fertilizantes sintéticos y los pesticidas químicos, la base de la agricultura llamada convencional.
Los principales insumos para la agroecología son la propia energía de la gente y el sentido común, conocimientos compartidos y, por supuesto, el respeto por, así como el uso adecuado de, los recursos naturales.
La pregunta de por qué no son conocidos estos casos exitosos es pertinente; quedan enterrados bajo la retórica del discurso favorable a un desarrollo basado en un cóctel destructivo de ignorancia, codicia y neocolonialismo.
Desde la crisis de los precios de los alimentos, en 2008, se escuchó una y otra vez el argumento de que África necesitaba de la inversión extranjera en la agricultura para “desarrollar” el continente, de una revolución verde, de más fertilizantes sintéticos y de cultivos transgénicos para combatir el hambre y la pobreza. Pues bien, los estudios de caso de la agroecología echan por tierra esos mitos.
La evidencia, hechos y datos irrefutables, está allí: millones de africanos ya diseñaron sus propias soluciones para su propio beneficio y lograron adaptarse tanto a los sistemas agrícolas insostenibles heredados de la época colonial como a los actuales desafíos que presentan el cambio climático y la degradación ambiental.
Otra buena noticia es que la transición a la agroecología es asequible para los gobiernos africanos, que ya gastan miles de millones de dólares al año en subsidios para fertilizantes y pesticidas.
En Malawi, los subsidios a la agricultura ascienden a cerca de 10 por ciento del presupuesto nacional anual.
La evidencia existente, basada en la experiencia de millones de agricultores, debería impulsar a los gobiernos africanos a optar por la única alternativa razonable: que este continente sea el protagonista en la superación del hambre y en la explotación corporativa y avance hacia una forma sostenible y adaptada al clima para la producción de alimentos para todos.
Traducido por Verónica Firme
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