18 de junio de 2014
La Monarquía debe seguir siendo la primera representante en el exterior.
Jose Cabezas/AFP/Getty Images)
El futuro rey Felipe VI en una de sus últimas actividades de representación internacional como Príncipe de Asturias
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No deja de ser una anomalía histórica: por primera vez en más de dos siglos, España asiste a un cambio en la jefatura del Estado sin traumas, sin muertes prematuras, abdicaciones forzadas, conflictos armados o temores a levantamientos; porque, como es bien sabido, Juego de Tronos, comparado con la Historia de España es para aficionados.
De hecho, este tipo de cambio era el capítulo que faltaba para consolidar la normalidad democrática que ha conocido España en las últimas décadas y de la que el rey Juan Carlos ha sido uno de sus principales promotores y artífices. Por mucho que el anuncio de abdicación haya levantado toda un avalancha de voces a favor de la república, de llamadas a revisar el modelo de Estado, a la relegitimación, de cuestionamiento de todo el entramado institucional sobre el que se sostiene el país, comenzando por la Constitución, la realidad es que el 85% de los representantes políticos en el Congreso y el 90% en el Senado han respaldado con su voto la Ley de Abdicación que regula el traspaso de la corona. Ello no es óbice para que el debate forme parte de las preocupaciones políticas de los españoles, pero siempre dentro de los cauces establecidos y de los foros acordados por todos.
Aunque salvo en Europa, Oriente Medio y algunos -pocos- lugares de Asia puede parecer una institución anacrónica, lo bueno que tiene una Monarquía en estos tiempos es que los candidatos vienen entrenados de casa. Felipe VI ha tenido una formación tanto teórica como práctica como ninguno de sus antecesores. Está por ver si tiene, o si puede desarrollar, el instinto político que ayudó a su padre a navegar por las difíciles aguas de la Transición española; sin olvidar, en ningún caso, que la misión de un rey en el siglo XXI es reinar, representar, tratar de aglutinar a todos independientemente de orígenes o afiliaciones, pero nunca gobernar.
La que sí será una de las principales tareas del nuevo rey, lejos de algunos objetivos políticos que se le quieren atribuir antes de empezar, es la de ejercer de primer representante de España en el exterior.
Mucho se ha hablado del papel de don Juan Carlos como “mejor embajador” del país, muy especialmente ligado, en estos últimos años, a la labor de facilitación que el monarca ha podido tener a la hora de conseguir determinados contratos para empresas españolas. En esta era de diplomacia económica y de desgaste institucional, podría parecer que era necesario destacar los servicios prestados a los intereses españoles a lo largo de los años.
Sin embargo, mucho más importante que el apoyo a la consecución de una serie de objetivos económicos, el Rey ha contribuido en estas últimas cuatro décadas a colocar al país en una posición internacional difícilmente imaginable sin su presencia. De ser un desconocido príncipe de la aislada España franquista se transformó, a ojos del mundo, en un joven rey que supo convencer a los principales líderes mundiales de que los cambios políticos en España iban en serio; a partir de ahí, y convertido ya en una figura de alcance global, supo tejer una red de contactos y relaciones que forman hoy parte de los activos exteriores del país.
Felipe VI conoce y entiende lo que ocurre en el mundo. No sólo tiene un Máster en Relaciones Internacionales por una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, la de Georgetown, sino que sigue de cerca los acontecimientos de la realidad global. No deja de ser simbólico que su último acto como príncipe, antes de su proclamación como Rey, sea acudir al Patronato del Real Instituto Elcano -el principal think tank español- del que es presidente desde sus inicios. Don Felipe ha seguido siempre con interés las actividades del Instituto y ha participado activamente en ellas en numerosas ocasiones.
Además, ha tenido ocasión de asistir a todo tipo de reuniones internacionales, con mandatarios de todo el Globo. Es emblemático el caso de América Latina, donde ha asistido, desde 1996, a 69 tomas de posesión de presidentes en toda la región, la última, la del salvadoreño Salvador Sánchez Cerén en mayo.
Según ha trascendido, las primeras visitas del nuevo monarca serán a los países vecinos: Marruecos, Portugal y Francia; también se ha barajado el que podría repetir los pasos de su padre en el viaje inaugural de su reinado y acudir a República Dominicana (la primera tierra americana pisada por Colón) y a Estados Unidos, país que además conoce muy bien.
En cualquier caso, parece que su “puesta de largo” global será en septiembre, en la Asamblea General de Naciones Unidas, donde se codeará con los principales líderes globales. Sería allí, en su discurso en la jornada inaugural, donde Felipe VI plantearía su visión del papel de España en el mundo, además de defender, tácita y explícitamente, el tan ansiado puesto en el Consejo de Seguridad para 2015-2016. Y aunque la política exterior del país viene y debe venir marcada desde el Gobierno, el jefe del Estado añade siempre su impronta personal.
Felipe VI tiene todos los requisitos por formación, tradición y talante para que la Monarquía española, por encima de elementos partidistas e ideológicos, siga siendo la primera embajadora de España en el exterior. Desde esglobal le deseamos todo lo mejor en su reinado.
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