23 de abril de 2014; Miguel Rodríguez Andreu
He aquí 10 lecciones de la ex Yugoslavia.
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El mayor hincha de Bosnia y Herzegovina es de origen serbio. “Izet, Izet, Izet me arrodillo ante ti Izet… 2-1… Izet Hajrović… bienvenido al paraíso azul”. Así celebró el comentarista, Marjan Mijajlović, con la garganta rota, el gol contra Eslovaquia que significaba prácticamente la clasificación de Bosnia y Herzegovina para el mundial de Brasil. La independencia de Bosnia y Herzegovina y la guerra que le siguió marcaron su vida, pero dejó su sello en las exitosas retransmisiones de la selección bosnia de fútbol en su camino al Mundial de Brasil. Un reportero dijo: "Bosnia ganó este partido con un entrenador croata, un equipo de bosníacos y un comentarista serbio”. Sin embargo, algunos acusaron al comentarista de hablar con acento de Belgrado. Son las paradojas de un Estado dominado por tres mayorías étnicas (serbios, croatas y bosníacos). Mayorías que parecen integrarse en un equipo de fútbol, pero que parecen desintegrarse dentro de un Estado que se independizó en 1992.
Los últimos meses han hecho aflorar una vez más la cuestión del independentismo (Escocia, Cataluña, Kosovo, Flandes, Véneto...). Las causas del independentismo son varias y complejas, sin embargo, rara vez se reflexiona sobre sus consecuencias, si, como en el caso de Yugoslavia, efectivamente el independentismo se convierte en una realidad y el Estado se fragmenta en varios pedazos. A estos efectos busquemos qué tienen en común, más allá de sus hechos diferenciales, las repúblicas (y una provincia autónoma –Kosovo) ex yugoslavas una vez formaron sus propios Estados.
Un mundo en miniatura. Algo tan obvio no debe ser ignorado desde una óptica social: menos territorio, menos patrimonio, menos recursos, menos acontecimientos, menos interacción, menos estímulos, menos que compartir, menos personas con las que identificarse… el mundo se hace más pequeño porque las fronteras son más pequeñas.
La nación por encima de todo. La prioridad: crear nación. El dramaturgo kosovar Jeton Nezirajlo explica así: “En Kosovo únicamente la cultura que promueve la identidad nacional tiene sitio”. Todo aquello que no encaja en la nueva etnodemocracia no tiene espacio en la agenda pública. Un ejército nacional, una administración nacional, una economía nacional, una educación nacional, una cultura nacional, un futuro nacional. Un verdadero serbio, un verdadero croata o un verdadero bosníaco: el individuo queda ahogado por el peso del proyecto nacional, y la sociedad se reduce a los seguidores de la causa nacional y a los que no lo son.
Un país de enciclopedia. El Estado no mira hacia el futuro, sino que la elite gobernante e intelectual reciclan y revisan el pasado según sus intereses. Serbia, la Serbia imperial y post-otomana, Bosnia, sus tres genealogías religiosas (ortodoxa, musulmana y católica), Eslovenia, sus raíces europeas antibalcánicas, Macedonia, el Imperio de Alejandro Magno, Croacia, su experiencia como Reino de Croacia dentro de la Monarquía de los Habsburgo o como Estado independiente durante la II Guerra Mundial, o Montenegro, el Reino de Montenegro. El resultado es el recuerdo propagandístico de un país y de una sociedad que ya no existen, con la idea de resolver los problemas de un país y de una sociedad que todavía están por existir.
Vísteme despacio. Tantas promesas de amanecer nacional, como tiempo que transcurre sin que lo prometido se haga realidad. En el caso de los serbios la metáfora han sido cuatro pasaportes (SFRY, RFY, Serbia y Montenegro y Serbia), pero el resto de ciudadanos de la región también han visto como el reloj de arena de las reformas no terminaba de darse la vuelta. Una crisis que permanece sin que el modelo anterior termine de extinguirse ni el nuevo termine de asentarse. Las nuevas autoridades se excusan en las dificultades inherentes al propio proceso de reconstrucción nacional. Eso no estaba en el programa electoral independentista. Un resultado triple: la apatía como aptitud, el escepticismo como ideología y el descenso general de la calidad de vida.
Pequeños narcisismos de la diferencia. De una lengua común, inocua para casi todos, el serbocroata, al serbio, al croata, al bosnio y al montenegrino. En el mundo académico croata optaron por forzar sin éxito el vocabulario de antaño para distinguirse del serbio. Su vecino serbio optó por convertir el alfabeto cirílico en el único alfabeto oficial, ignorando que el alfabeto latínico es utilizado en toda la región. El montenegrino o el bosníaco se convirtieron en lenguas estándar, sin apenas reconocimiento entre sus vecinos. Como el idioma, también ocurrió lo mismo con el carácter, las costumbres o la religión: la ofuscación por marcar cuáles son los límites de la identidad nacional.
República de la denominación de origen. El origen nacional de las figuras cumbre de las ciencias, las artes, la política o los deportes se convirtió en motivo de discusión. No solo de personajes históricos: Njegoš, VukKaradžić, Ivo Andrić, Nikola Tesla, sino también de productos con sello nacional. La reivindicación del origen de la rakija, el ajvar, slatko, čvarci, gibanica, peleas interminables que dividen e instan al sentimiento nacional contra los vecinos. Ingentes recursos se han dedicado a la apropiación e instrumentalización de las celebridades nacionales, mientras que muchos menos se dedican a preservar y difundir su legado.
Pez pequeño. Mientras Croacia y Eslovenia fueron repúblicas económicamente fuertes dentro de Yugoslavia, hoy son economías periféricas, sujetas “a los términos comerciales de los países más poderosos”, como dice Carlos González Villa. Serbia, Macedonia y Bosnia y Herzegovina son identificados como los restos de un naufragio, y no como un despertar político, económico y cultural. Kosovo es visto como un protectorado internacional. Una vez desaparecida Yugoslavia, cada uno de estos Estados por sí solos no tiene recursos para ser influyentes a nivel internacional, ni en la esfera política ni en la esfera económica ni en la esfera cultural.
A pie cambiado. Los costes de las independencias se atenúan por la efervescencia psicológica de un nuevo proyecto, pero a la larga se encarecen por las limitaciones de una idea emancipada pero desconectada e inversa a la dinámica multipolar, poliédrica e interconectada del mundo actual. Cada vez más, los proyectos más ambiciosos son supranacionales, entre otras cosas, gracias a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Al respecto: Camión gris de color rojo, Kajmak i marmelada, Bal-can-can, Parada, Falsifikator, etcétera: todas son películas que recurren a la yugoesfera y a los estereotipos heredados de Yugoslavia. Es así que la actual estabilidad regional es, en gran parte, debida al intercambio económico-cultural de base yugoslava —que fue el primer perjudicado con las independencias—, y que ha logrado sobrevivir pese a la realidad molesta de las actuales fronteras territoriales.
Los aires de la capital. Si los independentismos se fraguaron desde las capitales, esas mismas capitales dejaron de serlo de un país de más de 20 millones. Ahora son las capitales de países pequeños, prácticamente desconocidos para los extranjeros, pero también para sus propios habitantes. Los capitalinos se reunían con los capitalinos de las otras repúblicas, no con la periferia de su propia república. Si existe hoy una división de clases marcada dentro de estos países, es aquella que distingue los que son de la capital y los que no lo son. Las sociedades locales están todavía por encontrar su modelo de ciudadanía y armonía social. Paradójicamente, todavía están por conocerse aunque se declararan en su momento independientes.
Mismos problemas, otros culpables. La aventura independentista fue fruto de la degeneración y disfuncionalidad del Estado. Los mismos que le dieron la estocada final a Yugoslavia participaron en la fundación de nuevos países, reproduciendo la mala gestión que heredaron del Estado anterior, aunque a una escala menor. Yugoslavias más pequeñas. Los que antes eran yugoslavos imperfectos, ahora son croatas, serbios, eslovenos… también imperfectos. El resultado, aquello que les vinculaba: descenso de la calidad de vida, crisis de valores, movimientos nacionalistas y corrupción institucional, no se han neutralizado con las independencias, sino que ahora solo se tienen así mismos como culpables, y no a las otras repúblicas.